Noticias dolorosas que nos llegaron tarde. Sin tiempo para despedir, al menos con algunas letras, a amigos con los que compartimos bellas jornadas y a los que admiramos por sus grandes momentos en las canchas. Discutí con un amigo y alegué que ese gran alero zurdo de los tiempos del viejo estadio Capwell que fue Raúl Pío de la Torre estaba vivo. Falleció, me replicaron. Busqué datos, llamé a varios amigos y me confirmaron la noticia: ese pequeñín repleto de habilidad; aquel que bailó al marcador argentino el día que Norteamérica venció al famoso Racing de Avellaneda; el que se elevaba y con los botines juntos bajaba el balón para emprender el regate que anunciaba el gol, ya no era de este mundo. El fútbol y la música eran sus pasiones. Cuando coincidíamos en Guayaquil nos invitaba a mi compadre River (Wacho Rivadeneira) y a mí, junto a algunos vecinos, a tocar los instrumentos que tenía en el portal enrejado de su casa. Salsa pura, Raúl Pío era un gran ejecutante de la tumba. No tenía nada que envidiar a Ray Barreto, el maestro de Fania All Stars. Sus manos eran tan ligeras como sus botines. Fue un grande de todos los tiempos.