Ya pasaron ocho años desde que Saskia Flores se desprendió de su madre, de su hogar. En ese entonces tenía 10 años y no entendía por qué su mamá, una estilista a domicilio, la dejaba en el Hogar Calderón Ayluardo de la Junta de Beneficencia de Guayaquil (JBG). Con el pasar del tiempo entendió que fue lo mejor: “No podía dejarme sola en casa porque es peligroso. Vivíamos en el sur de la ciudad, no recuerdo el lugar exacto”, dice Saskia.