Un antiguo teléfono de disco —verde como una aceituna— descansa sobre una pequeña mesa en un costado del escenario. Entonces, un hombre descalzo, delgado, de 1,72 metros de altura, se encarama sobre una pared imaginaria, con extremo cuidado para conservar el equilibrio, camina sobre la cumbre del muro y cuando parecía que lo había logrado, cae de espaldas.