Los países frágiles, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), son aquellos donde se combina la exposición a los riesgos y un Estado con escasas capacidades para enfrentar esos riesgos. La lista de países frágiles incluye a Ucrania, que sufre la agresión rusa, o Haití, donde históricamente no hay nada que no suceda –corrupción política, explotación de recursos sin beneficio para la población, huracanes, misiones humanitarias que causan epidemias en lugar de evitarlas–.

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La fragilidad empuja a la violencia política y, en algunos casos, a conflictos armados internos. Y esto es exactamente lo que está viviendo el país. Para un lugar como Ecuador, que conoció la paz durante la mayoría de mis años de vida; quienes nos tienen secuestrados en nuestras casas actualmente son unos terroristas; y los instrumentos internacionales son insuficientes para explicar lo que sucede aquí y por tanto para darnos soluciones. Bastaría con hacer la cuenta de los asesinatos políticos del último año, pero hay que añadir a Diego Gallardo, músico guayaquileño que evocaba el aire de su ciudad, y Jaime Villagómez Fayad, cuyas vidas fueron segadas por las balas del crimen organizado.

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Ni en México se han atrevido a tanto. Mañana puede ser cualquiera de nosotros.

Pero abogados con estatus de intelectuales en países frágiles como el nuestro se deleitan en dar entrevistas para puntualizar que no se puede declarar un conflicto armado interno, como acaba de hacer el presidente ecuatoriano, porque así lo dice tal documento. La OCDE se olvidó de incluir entre las señales de un Estado frágil los opinólogos que creen que no se puede innovar según los contextos propios de un país, pero así están las cosas.

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Utilizando el marco teórico de Romaric Ferraro, disponible en el sitio web de la OEA, podemos afirmar que en la actualidad Ecuador vive un conflicto armado interno. Claramente, tenemos grupos armados con una estructura jerárquica de comando (1) que puede ejercer control sobre sus miembros (2) y tiene capacidad logística de dotar de armas y equipos de comunicación (3). Las lumbreras mediáticas del país también pueden consultar a Sylvain Vité, que ya lo habrán hecho, dirán en tono barítono, para soltar una divagación que suene a que son muy humanistas.

Como Vité y Ferraro explican con diáfana claridad, se debe tomar en cuenta el contexto. En nuestro caso muy particular, por si se olvidaron los pseudointelectuales, las cárceles no son tales, son centros de alta gerencia del negocio internacional del narcotráfico desde donde los criminales organizan extramuros lo que quieren, empezando por usar de canales a personajes que se autocalifican como periodistas. No es hoy que se debe entrar a ellas, sino hace mucho tiempo.

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La existencia del Estado ecuatoriano está en juego. ¿Vamos a esperar a ser Yugoslavia o Gaza? ¿Qué esperan que suceda quienes viven de un Estado supuestamente garantista desde la comodidad de un trabajo seguro tras una licencia para actuar como miembro de la Corte Constitucional para dar sesudas opiniones en medios donde inexplicablemente les hacen caso? (O)