Si la nombro como Gaviota tal vez la reconozcan enseguida; pero hace muchos años ya no es la preciosa colombiana que dio cuerpo a la recolectora de café en una célebre telenovela, tan célebre que un remake intentó recuperar la aventura y las canciones de la historia de 1994. El personaje es único y está ligado a la imagen de Margarita Rosa de Francisco.

La actriz siguió su camino profesional, a tal punto que lleva 40 años de actuación y acaba de ser premiada en Venecia. La que traigo a este espacio es la escritora de un libro de factura indeterminada que con una voz reflexiva nos lleva por experiencias de su vida y, más que nada, de su voraz pensamiento personal. En una combinación que le debe a su editora, columnas y páginas de diario armonizan en un todo que el lector debe descubrir, pero en el que late una sinceridad casi agresiva, vocación por escribir para “poner en palabras el estupor que produce el ejercicio de vivir y ver vivir a otros”.

Margarita Rosa de Francisco ya había cerrado su paso por el Festival de Venecia cuando se enteró de su premio como mejor actriz: ‘Me llamaron y me preguntaron si podía devolverme’

Como vivir es protestar, la autora enfrenta la realidad, desde una amplia temática que en verdad es una asunción de la cotidianidad y de sus aspectos más vitales: la memoria la lleva a su infancia caleña, a su familia de artistas y a su temprano ascenso a los escenarios, ya sea como reina de belleza, ya como presentadora de noticias en televisión. Cuando se da cuenta de que ha sido actriz siempre –vinculación inicial lúdica, madura transformación en diversos personajes– y pese a odiar lo que rodea el mundo actoral (confiesa no haber superado el pánico escénico), será actriz hasta el final de su vida.

No matrimonios convencionales, no hijos, no tareas domésticas fuera de atender a su gato.

Ya lejos del dato autobiográfico, lo realmente aportador de su volumen es su veta meditativa. Margarita Rosa escribe para imprecar a su Yo, y para descubrirse en el espejo de la escritura y de la lectura. Es consciente de los pesos que la historia puso a la feminidad y avanza firme hacia el desasimiento de lo que se espera de ser mujer. No matrimonios convencionales, no hijos, no tareas domésticas fuera de atender a su gato. La soledad es su estado perfecto porque es cuando su mente inquisidora lee filosofía y se hace las preguntas fundamentales. Las páginas contienen transgresoras y hasta ambiguas respuestas a lo político del arte, a la existencia de Dios –”es impensable”, sostiene–, la conformación de la sociedad y el deber de “parecer” inteligente. Lectora constante, los poemas de Pizarnik y los cuentos de Lispector le han iluminado la vida, pero también la han hecho sufrir, a tal punto de colgarse de palabras e intuiciones de esas escritoras: dolor, muerte, soledad, locura.

Margarita Rosa de Francisco antes y después de usar botox: la actriz colombiana admite que está “envejeciendo full” y tendrá que hacer algo por una parte de su nueva apariencia que no le gusta

Por otro lado, Platón, Nietzsche, Foucault, Paul B. Preciado son consumos que afloran en su diario para retrotraerla a la cavilosa certidumbre de pensar. El ser se le dibuja como concepto en la medida en que revisa categorías y legados, aunque el homo haya sido más libre antes de convertirse en sapiens. De la mano de Heidegger hace el ejercicio de afirmar que el tiempo no existe porque “todo lo que involucra el tiempo para el hombre es motivo de angustia”. Con palabras precisas para nuestros días, se pregunta por el sentido de la guerra y encuentra tan contradictorio que se consiga paz a costa de matar gente. Esto ocurre, concluye, porque la verdadera guerra es la del hombre consigo mismo.

Margarita va sola, hacia adelante, vale seguirla. (O)