Si nos atenemos al texto de los Evangelios, Pilatos, el procurador romano de Judea, en el rito de lavarse las manos ante la presión de los fariseos, apeló a la artimaña de improvisar un sui géneris plebiscito para resolver la suerte de los condenados.

Preguntó a la gente a quién debía condenar al tormento y a la muerte, y a quién perdonar. El “pueblo”, convocado por el poder y al influjo de la venenosa mixtura de pasiones, manipulación y morbo, decidió, en un primario y perverso acto de “democracia plebiscitaria”, condenar al inocente y absolver a Barrabás. El “¡crucifícale!” de la muchedumbre aún resuena como testimonio de la estupidez de la “democracia del tumulto”.

Tetramorfo

El episodio, aparte de sus connotaciones religiosas, constituye una evidencia del pecado original de las democracias plebiscitarias y del drama de transferir las responsabilidades políticas a la decisión del “pueblo”.

Más allá de lo coyuntural, la pregunta que surge es si las masas convocadas pueden resolver con serenidad lo que se les pregunta. Si la vida y la muerte, la paz o la guerra, la felicidad o la desgracia, pueden votarse. La pregunta es si las mayorías pueden legitimar la ilegítima omisión del legislador ¿La suma de votos individuales es capaz de transformar la naturaleza de las cosas?

Las respuestas pasan por la crítica del dogma de las mayorías. Y conducen a la cuestión de si la estructura del poder, y en concreto el Legislativo, entendido solamente como núcleo de los intereses partidistas, y no como parte del sistema republicano, puede lavarse las manos e incurrir en injustificable irresponsabilidad. El asunto plantea, además, el problema del papel de los líderes,

el tema de los límites de los sistemas políticos, de la función de los actos de masas como instrumento para decidir el destino de naciones. Cabe preguntarse, ¿cuántos leyeron el texto de la Constitución de Montecristi, aprobada por referéndum en el 2008? ¿Tuvo legitimidad esa forma de aprobar una Constitución?

Profetas y sacerdotes

Uno de los temas fundamentales, y una de las lecciones que pone de relieve el pasaje de los Evangelios, es el expediente de las manos lavadas de la Función Legislativa, y del poder político en general, los que provoca la transferencia de la responsabilidad de las decisiones que se endosan al pueblo. Los expedientes plebiscitarios, cuando son frecuentes, son una notoria evidencia de la quiebra del mandato político, de la caducidad del encargo para legislar en nombre de la comunidad. ¿Para qué sirven los asambleístas si la población debe asumir la tarea que ellos no cumplen?

Si bien el referéndum puede ahora ser inevitable, en función de la profunda crisis que nos agobia, sin embargo, la decisión de convocarlo es el resultado del bloqueo de las instituciones, de la mala voluntad e inutilidad de la Asamblea, de la irresponsabilidad de la clase política, de la estructura misma de un Estado ineficiente, y de la quiebra del sistema.

(Este artículo toma ideas del libro de Gustavo Zagrebelsky, La crucifixión y la democracia). (O)